“Déjame mamá, yo puedo sola”

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Me casé cuando tenía apenas 23 años. Ni siquiera había terminado la universidad. Sin embargo, el hombre correcto se me había aparecido unos meses antes y no pude decir que no. Ese mismo año nos comprometimos y casamos. Menos de 12 meses después, tuvimos a nuestra primera hija.

Los primeros meses después de que me casé y me salí de mi casa, noté varios cambios en mi mamá que a veces me calentaban el corazón y otras me traían lágrimas a los ojos. Por primera vez en mucho tiempo, hablábamos horas por teléfono. Le llamaba en mi camino al trabajo y también de regreso. Me decía que sentía vacía la casa pero abruptamente cambiaba el tema y me preguntaba si ya había aprendido a planchar camisas correctamente. De alguna manera sentía que me tomaba de una mano con fuerza y con la otra lentamente me dejaba ir… ir hacía mi nueva vida de mujer casada y adulta.

Por meses le llamé pidiéndole recetas de platillos de los que antes me quejaba.

“¿Mamá, como se hacen las calabazas a la plancha que nunca me comí? ”.

Cuando mi esposo se iba de viaje me quedaba con ella y mi papá en la que fue nuestra casa. Pero después de dos días mi mamá comenzaba a decir: “¿Y cuándo te vas a ir? Recuerda lo que significa casados, CASA DE DOS. Así que regrésate a tu casa”.

Esa frase siempre me hace sonreír.

Siempre me dijo que no la entendería hasta que tuviera a mi primer hijo. Ay, cuánta razón tenía. Tener ese pedacito de vida entre mis brazos es indescriptible. Camila creció más rápido de lo que pensé. En un abrir y cerrar de ojos ya caminaba, parpadeé y ya hablaba, segundos después ya era hora de que entrará a la escuela.

Tengo que aceptar que el notar que tu pequeña deja de necesitarte de poquito en poquito es complicado, pero también es muy gratificante. Al verlos hacer cosas tan simples como comer solos, elegir su ropa, tomar sus propias decisiones y formar sus propias opiniones es una señal de que estás haciendo bien tu papel de madre.

Por eso me sentí tan identificada con el cortometraje de Fud y la canción de Miguel Bosé, tan cierto es que lo más difícil es enseñarles a vivir sin ti, amándolos incondicionalmente en cada paso.

Nunca olvidaré ese primer día que la dejé en la puerta de la escuela. Las dos estábamos llorando inconsolables, y aunque yo intenté hacerme la fuerte, no lo logré.

Por cierto, lo más gracioso (y no tan gracioso al mismo tiempo) es que ahora llora cuando me la llevo de la escuela, le encanta y se niega a dejar a sus amigos.

“Déjame mamá, yo puedo sola”, me dice al bajar del coche tomando su lonchera. Y me llena de orgullo. Tan pequeña y tan independiente.

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