Nunca supe lo que podía ser sentir en carne propia un sismo hasta ese día... Desde pequeña era fanática de escuchar anécdotas sobre el sismo del 19 de septiembre de 1985, me parecía tan interesante y a la vez tan irreal que hubiera sucedido de la manera en la que la gente lo describía. De hecho, recuerdo muy bien una serie en la que se relataba el suceso y los días posteriores y siempre era uno de mis temas favoritos, incluso preguntaba y volvía a preguntar a mis papás, tíos y abuelito lo que hacían en ese momento cuando ocurrió, pensando que a mi nunca me iba a pasar. Cada 19 de septiembre me preparaba para un nuevo relato. 19 de septiembre de 2017. Una mañana común. De hecho, no recordaba lo que se conmemoraba ese día hasta que en el transporte, en un famoso programa de radio, el locutor hizo un minuto de silencio, seguido de una narración que hasta donde recuerdo me enchinó la piel de una manera extraña. Era día del simulacro que se acostumbraba a hacer cada año... todo el trayecto hasta llegar al trabajo pensé en ello. Ya en la oficina, ese fue el tema del momento, las personas de protección civil y los encargados de coordinar el simulacro nos avisaron, era el día, teníamos que estar atentos a la alerta y seguir los pasos al pie del renglón (como si pudieras recordar eso al sentir que tu vida podía haber quedado enterrada debajo de escombros). “A las 11, estén atentos” decían, mientras trabajaba normal y escuchaba a la editora decirme por donde teníamos que salir durante el simulacro. La hora llegó, todos muy tranquilos seguimos el guión de lo que teníamos que hacer, recuerdo bien que ni siquiera nos ubicamos en donde debíamos estar, pero es que... nadie lo tomó con la mayor seriedad. Bajamos las escaleras, yo era de las que iba bromeando con mis amigos, “¿qué pasaría si temblara ahorita”, “estamos en 6to piso, no saldríamos”, entre otras frases. Ya abajo, seguían coordinándonos, por dónde ir, cómo acomodarnos (como si solo un par de horas después lo fuéramos a recordar), de hecho, a uno de los reporteros de la agencia en la que estaba trabajando, se le ocurrió narrarnos cómo había vivido el de 1985 con lujo de detalle. Mis amigos y yo solo teníamos cara de asombro y actitud de que eso no nos podría pasar, lo veíamos atentos pero con nada de seriedad. Solo en algún momento, recuerdo bien preguntar a mis amigos que el trabajo de la escuela que nos costó hacer toda una noche, se había quedado arriba y si pasaba algo, ya no lo íbamos a poder entregar a uno de nuestros profesores más exigentes (como si eso hubiera sido importante). Subimos por las escaleras, nos sentamos y seguimos en lo que estábamos. Solo había pasado menos de una hora, llegó uno de nuestros compañeros, que por asistir a un evento no pudo estar en el simulacro... solo dijo “¿cómo estuvo?”, nosotros: “pues un simulacro normal”. Solo pasaron unos minutos, unos cuantos minutos, solo unos minutos... Ese mismo compañero nos dijo: “no manchen, está temblando”, “no, no inventes, ni estuviste en el simulacro”... “wey, muy neta, está temblando” (es lo único que recuerdo), de pronto, todo se empezó a mover, la alerta comenzó a sonar, las lámparas, las televisiones, mi editora me jaló hacía la salida, yo no lo podía creer. Qué buena suerte haber tenido a mi mejor amigo a lado mío, no solté su brazo para nada... no paraba, unos segundos se convirtieron en horas, lo peor: ese día una señora de la oficina había llevado a su hija, la niña no paraba de gritar espantada y ahora que lo contamos, todos llegamos a la conclusión de que eso nos puso todavía más histéricos, y es que era una sexto piso, en la Roma... sí, en la Roma. Admito, grité “vamos a bajarnos”, me decían “no podemos, tenemos que esperar a que termine”, no terminaba... se sentía como un brincolín que no paraba, hasta el más incrédulo esa vez pensó que eso se podía caer, muchos pensamos que no íbamos a poder salir. Y es que, no terminaba, de verdad, no terminaba. Su magnitud iba concluyendo, todos bajamos (6 pisos) temblorosos, sin creerlo, pensando que todo era un sueño, pero no, no lo era, solo recuerdo a mi amigo abrazándome, gente a la que nunca le había hablado en la oficina llorando y mi preocupación por saber cómo estaba mi familia. Yo no paraba de llorar. Cuando creímos que eso había sido lo peor: La Roma paralizada, fugas de gas por doquier, tráfico, gente llorando en Parque España, personas corriendo desesperadas, olor a gas, banquetas llenas de concreto, pasamos a lado de una persona tapada con una sábana blanca, cómo recuerdo la sirena de las ambulancias. No había transporte, ni cómo llegar a mi casa... ese día caminamos de La Roma hasta el Bosque de Chapultepec una distancia que a pesar de no ser tan corta, no se sintió tan larga, pero todo el camino no paramos de pensar que era un sueño, del que sí queríamos despertar. Doy las gracias de haber estado con mis amigos, mis mejores amigos. Aún recuerdo, la piel se me eriza y me dan escalofríos, pero sí hay algo que no puedo escuchar más: una alerta sísmica, como muchas personas, yo también quedé traumada con su sonido, me dan ganas de llorar y vuelve a mi mente aquella sensación de peligro. También, aunque frecuento aún La Roma, debo de confesar que regresar la primera vez sola ahí, fue lo más difícil de todo. 2 meses de home office. Regresas y te das cuenta que los negocios por los que solías pasar en el camino están cercados con las bandas de “precaución” y el ambiente no es el mismo, hay ausencia, hay un eco de recuerdos. Nunca sabes la magnitud de las cosas hasta que te pasan, eso me pasó a mi. Mi destino fue estar el 19 de septiembre de 2017 en La Roma. Pero dentro de todo lo malo, mi piel también se sigue erizando al recordar cómo nos unimos en una situación así, todos apoyando con un granito de ayuda, jamás había sentido tantas ganas de ayudar. Por: Anna Brenda Sánchez Sígueme en Instagram