La traición feminista de Meghan Markle

La traición feminista de Meghan Markle

A tres años del matrimonio entre el príncipe Harry y la exactriz Meghan Markle, analizamos el sentimiento de polarización que produce la duquesa en todo el mundo, excepto en su natal Estados Unidos. ¿Qué tiene la duquesa de Sussex que la amas o la odias?

Un análisis crítico de Gabriella Morales-Casas, la columnista de realeza en Televisa.

Como analista de realeza, mi opinión debe basarse en los hechos objetivos y no en los sentimientos; una aprende a dividir su opinión emocional de la argumentativa, pero es imposible no hablar desde la experiencia propia porque todas las personas tenemos una percepción de la imagen ajena a partir de nuestros propios aprendizajes; es decir, el criterio no es objetivo y la opinión de un columnista tampoco. Dicho lo anterior, procedo a escribir abiertamente: consideraba a Meghan Markle una figura de ruptura y modernización cultural por su valentía al entrar a un sistema tradicionalista y conservador, creyendo que era feminista y fuerte… Lo creía hasta que vi la entrevista con Oprah Winfrey; en ese momento me sentí traicionada.

¿Traicionada por qué?

Cuando la escuché la oración: “Harry me salvó” saltó un contrasentido desde mi propia proyección y experiencia de vida (soy soltera y sin hijos, dedicada a mi carrera al cien por ciento): Ahora resulta que tiene que llegar un príncipe a salvarnos porque no nos alcanza a nosotras mismas. Si Meghan Markle es feminista, ¿dónde cabe este discurso en esa ideología?

Meghan y Harry

La duquesa de Sussex se blindó de cualquier crítica al dar esa entrevista un día antes del 8M para que, cualquier cuestionamiento hacia su persona implicara “un ataque a una mujer”. A fin de cuentas es una madre que protege a sus hijos, que reclama su condición humana y que pide equidad. Si bien habló con firmeza del racismo que vive en primera persona y de la depresión con tendencias suicidas que provoca esto último –entre otras situaciones que describió en el seno de su familia política–, olvidó algo igual de importante: su proceso feminista. Este no aboga porque los hombres te hagan la buena (esta frase me la dijo la periodista y locutora Fernanda Tapia en 2004 en la revista Glow cuando realicé un reportaje sobre el incipiente movimiento feminista en México). “La pareja se llama así porque debería de ser pareja”, dice el sicoanalista Rubén González Vera en su libro “Tienes la pareja para la que te alcanza”, del 2016. “El papel de una pareja es apoyarse, respetarse y armonizar; tu pareja no tiene la obligación de salvarte de nada”.

No existen los príncipes azules, ¿o sí?

Cuando vi a Meghan Markle tomar de la mano a su príncipe azul y decir: “Él me cargó y me meció cuando estaba tirada en el piso”, se revolvió mi estómago de mujer empoderada. Se me cayó del pedestal. Claro que yo puse a Meghan ahí a partir de mis propias expectativas más íntimas: cuando se salió de la familia real asumí que era para imponer sus ideas desde la resistencia y la modernidad, no desde el victimismo y el sometimiento hacia la pareja. “Renuncio a todo y aguanto todo por amor”. Ayyyy.

La traición feminista de Meghan Markle

Personalmente, no estoy en posición de entender lo que implica un matrimonio con hijos, una relación fuerte con una pareja que te ame y te apoye como Harry a Meghan. Me complace saber que existen esos matrimonios, pero escuchar: Me salvó mi príncipe es algo que me supera. Por más que Harry sea sensible, íntegro, empático hacia el feminismo y consciente de su privilegio blanco y burgués (en este caso, noble) al servicio a los otros y especialmente hacia la salud mental global, no puedo admitir –no quiero admitir- que una mujer de mundo de 40 años, nacida en una urbe policultural como Los Ángeles y con una carrera tan desafiante como la actuación en una industria que se ha revelado patriarcal, acosadora y discriminadora -de la que nunca se ha pronunciado -, tenga una percepción tan sesgada del feminismo.

¿Y sí sabemos qué es el feminismo?

Aquí suelen venir los inexorables comentarios patriarcales que insisten en confrontar mujeres a través de la vanidad: “Envidiosa”. Pero la envidia y la mezquindad que no son privativas de las mujeres, como no es una diatriba de la vanidad femenina discutir el feminismo de Meghan; me interesa discutirlo porque ella es una figura notoria y muy debatible en tiempos en los que el feminismo no es lineal: Hay feminismos que abogan solo por la equidad salarial y de puestos de poder, hay feminismos que lo hacen por la libertad de elegir (elegir si sales en minifalda o concursas en Miss Universo o te maquillas sin que seas violentada o tienes una vida sexual activa sin compromisos, sin ser violentada por todo ello) y hay feminismos que abogan por la no cosificación de la mujer (o sea, que no te maquilles ni te vistas con minifalda ni participes en Miss Universo ni seas usada en el sexo, porque eso perpetúa el machismo) y hay feminismos que abogan porque simplemente, no seamos golpeadas, violadas, socavadas, discriminadas y asesinadas –violentadas en cualquier significado– por el simple hecho de ser mujeres.

La traición feminista de Meghan Markle

¿Cuál es el feminismo correcto? No existe. Estamos deconstruyéndonos todavía. Pero, ¿no soy yo una especialista de algo tan vacuo como la realeza, que trabaja en una revista de sociales que privilegia el físico y el estatus social de acuerdo a los estándares de la clase burguesa mexicana? Oh, sí… entonces, ¿cómo me llamo “feminista”? ¿Dónde está mi congruencia? Gulp… me acabo de morder la lengua.

El feminismo “a modo” de Meghan Markle

Como Meghan, fluctúo entre las mujeres feministas de esta generación: el feminismo a modo que parte de la elección para no comprometerse –como un vegano lo hace con la liberación animal. Por eso es comprensible que el feminismo de Meghan Markle esté sesgado o que no haya completado su proceso feminista. Ese proceso feminista, de acuerdo a Simone de Beauvoir, es individual, personal y no tiene tiempos. En el feminismo, la tan mencionada sororidad implica que todas respetemos los tiempos y procesos de las otras, y si estos nunca llegan y su consciencia feminista tampoco, entonces, la solidaridad femenina implica también respetar a la otra y luchar, marchar y abogar por ella (por todas) aunque no lo compartan con nosotras. Para mí es evidente que Meghan no ha completado su proceso, y está bien… Excepto porque busca ser una abanderada del feminismo y eso no está bien. No se puede ser activista de algo que no conoces a fondo, que no profesas y de lo que no tienes plena consciencia.

La traición feminista de Meghan Markle

No ha compartido nunca su experiencia propia frente al machismo patriarcal o las experiencias anónimas de su comunidad de amigas y colegas actrices; no hará baby shower de su segunda hija porque “el mundo no está para eso”, pero aparece en el #VaxConcert para promover la vacunación mundial con un vestido de mil dólares de Carolina Herrera (quien tilda de ridículas a las mujeres de 40 que usamos jeans y tenis… como Meghan); se ha referido a las mujeres “de color” afectadas por la inequidad, pero en la lingüística del idioma inglés la palabra se puede referir a las personas no caucásicas y esa semántica tan ambigua me llevó a averiguar que Meghan no incluye a las asiáticas, latinas e indias en ninguno de sus discursos feministas. ¿Es su obligación? No. ¿Debería hacerlo? Tampoco. Pero: ¿somos o no somos feministas, Meghan? Las mujeres somos todas.

Meghan, la incongruente

Y de pilón: su anacronismo de acusar a la prensa británica de intrusiva y racista, pero usar a su conveniencia a la estadounidense confiada en que nunca se le va a revertir, no cuadra. ¿No aprendió nada de la tragedia de Diana y los paparazzi? Tanta incongruencia me incomoda porque Meghan para mí significaba una mujer valiente que conscientemente eligió un mundo complejo y, a pesar de ello, siguió siendo ella misma (o eso me parecía): segura, empoderada, preparada académicamente y con criterios amplísimos. Cuando desertó de la familia real, incluso, esperaba que Meghan se fortaleciera y me identifiqué gustosa con su firmeza y resiliencia. Por eso, verla hecha una víctima, derrotada, lastimada, hablando de cómo la salvó su príncipe de los villanos medievales que rompieron su psique me partió el corazón como si fuera mi mejor amiga y me hubiera mentido todos estos años. Lo peor es que si fuera mi amiga la habría abrazado y ofrecido todo mi apoyo y prudencia. Pero no es mi amiga: es una figura mediática que hace públicos su discurso personal y sus intimidades para ofrecerse como abanderada de varias causas, entre ellas, el feminismo, que me ocupa como mujer moderna en plenitud de mis facultades.

Que siga el ejemplo de Diana, pero bien…

Es posible que todo esto se reduzca a que está mal asesorada. A saber… Veo lo que leo con la distancia del espectador, y en mi caso particular, de periodista, con la añadidura de que me dedico a ser analista de realeza desde 2018. Mi bagaje me impide comportarme como fan y disculpar a los royals de todo. Ni siquiera a la encantadora forastera Meghan Markle. Lo único que me queda por decir a nivel personal es que deseo que Harry y Meghan sanen sus heridas de la infancia como ejemplo de lo que pasa cuando te reconoces en los traumas del otro (no son gratuitos sus vínculos con familias disfuncionales) y, como periodista y consultora en comunicación, esperaría que se presentara a sí misma como lo hizo Diana de Gales en su momento: una mujer consciente de sus heridas y problemas internos que deja de repartir culpas. Eso hace un adulto cabal y responsable con un amplio criterio como el que ella pretende ser al convertirse en activista. Meghan, la duquesa de Sussex, puede ser una víctima de la opresión monárquica y el racismo, sin duda, pero no ha hecho un ejercicio, al menos público, de mea culpa basado en la empatía; se ha guardado muchas cosas que podrían ayudar a la sociedad femenina mucho más de lo que ayuda patear el panal de abejas de la monarquía. En resumen: solo habla de lo que la aqueja desde el exterior.

Es admirable, no importa lo que pienses de Meghan Markle

Desde otra perspectiva y con toda sinceridad del mundo, admiro tremendamente que use su fama para nobles causas y buscar el bien común, incluso, el feminismo que no entiende, pero cuestiono en voz alta que lo haga desde el privilegio de la fama y el poder adquirido por matrimonio –justo como sucede en la realeza desde que el mundo es mundo– y pontifique desde ese lugar sin un ápice de autocrítica. Ya lo decía Cicerón en su “El arte de cultivar la verdadera amistad": “Sabemos que las personas son bondadosas, aunque no las conozcamos, simplemente por sus acciones de integridad y decencia hacia el otro, de la misma forma en la que desdeñamos a una persona por su falta de integridad y moral, aunque no la conozcamos: respetamos, incluso, al enemigo por su honor”. No la conozco, solo la percibo, porque ese es el poder de la imagen pública. Meghan, duquesa de Sussex, me parecía una figura honesta, hoy me parece un fraude.

Gabriella Morales-Casas es editora-at-large de Caras México, videocolumnista de realeza de Vanidades MX y USA, analista de realeza en Televisa, Univisión y CNN, y colaboradora Martha Debayle en W.
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