En defensa del desnudo (y no el artístico)

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Por: ELVIRA LAVEY DRACÚL

Como Eva, cobré conciencia muy tarde de que andaba desnuda. Crecí en una región costera de Colombia con un clima implacable, donde andar desnudo es casi una necesidad. Mis padres nunca tuvieron misterio alguno con la desnudez y le transmitieron eso a sus cinco hijos. Corríamos libres por el mar, tal y como vinimos al mundo, explorando las diferentes partes de nuestra anatomía. Entre nosotros es común vernos desnudos, incluso ahora en nuestra vida adulta, es algo que pasa sin ningún morbo, con toda la familiaridad y naturalidad del mundo, precisamente porque nos enseñaron que la desnudez es algo natural. Y me di cuenta muy temprano de que el mundo en el que vivíamos no compartía la visión liberal de mis padres. Muchos de mis compañeros jamás habían visto a sus hermanos desnudos y los profesores se aterraban ante mi pensamiento crítico, y mis formas desenvueltas y silvestres, a su parecer. Tomé conciencia, entonces, que la desnudez es un tema tabú, como la religión o la política, y que no se puede opinar en público porque genera fuertes desacuerdos y/o polémicas.

Es algo que siempre me ha llamado poderosamente la atención y es el tema principal que abordo como artista. Mi praxis individual me ha llevado a constatar cómo un simple cuerpo desnudo –que todos tenemos y así nacemos– ofende y causa tanta controversia.

Así las cosas, existe una incomprensión generalizada hacia las mujeres que adoptamos el nudismo como una postura. Son muchos los días que recibo mensajes en Instagram de hombres preguntando por mis “servicios”. También recibo comentarios denigrantes y propuestas de todo tipo. Creen que estoy siempre dispuesta a un trío o a una orgía, que debo estar disponible para cualquiera y a toda hora.

Se confunden con mi libertad y piensan que debo demostrarles mi naturaleza de mujer liberada sometiéndome a sus deseos. Y no, no me estoy victimizando, ni siquiera me ofendo, y hasta me divierto respondiendo, educando o a veces bloqueando, pero también me enloquece y alarma el nivel de ignorancia en el que vivimos, de lo mucho que nos falta avanzar como sociedad.

Me asusta la desigualdad de género y el pensamiento machista que aún impera en Latinoamérica y el mundo.

La paranoia con los pezones de las mujeres es una muy clara y simple muestra de ello. Esa mutilación a la que somos sometidas diariamente casi sin darnos cuenta y que, además, hemos normalizado. Se trata de una ablación, una supresión de lo que nos hace mujeres y lo que nos hace fuertes. ¿Por qué es pecaminoso un pezón si es la mismísima fuente de la vida? ¿Cuál es la diferencia de esa pequeñita parte de nuestra anatomía entre hombres y mujeres, que ellos pueden mostrar sin problema, a gusto, y nosotras tenemos que esconder con vergüenza?

Odio las marcas de los bikinis y siempre me he bronceado topless, lo cual me acarrea un montón de problemas. He tenido enfrentamientos con la policía, además de madres de familia indignadas y machitos alfa que no pueden entender que no es un acto de provocación, sino un acto de liberación. Les cuesta comprender que, en lugar de estar condenando al oprobio a una mujer por querer disfrutar del sol a su manera, deberían educar a sus hijos y a sí mismos para que vean el cuerpo como algo natural y hermoso, no obsceno. ¿Es que estamos condenadas a llevar las marcas de bronceado? ¿Acaso estas no son un efecto diseñado para la provocación masculina y la competencia femenina?

Tenemos un gran desconocimiento de nuestro cuerpo, nos enseñan que está bien usarlo como medio de desafío y complacencia para disfrute del hombre o con fines comerciales para que él se lucre de ello, pero se nos señala de putas e indecentes si lo asumimos y exploramos por cuenta propia. No conocemos nuestras vaginas, ocultas bajo siglos de opresión y vergüenza. Son muy comunes los casos de mujeres que no se masturban o tienen sexo solo con la luz apagada y con prisa.

Te invito a que te liberes de todas tus ropas y prejuicios, y te pongas así frente al espejo. Mírate, recorre cada parte de tu cuerpo, pálpalo, descúbrelo, admíralo y aprende a amarlo. Es una creación magnífica. Es tu templo, tu instrumento. Al estar desnudas estamos despojadas de todas las máscaras y ataduras, nos enfrentamos a quienes somos realmente. No hay marcas de lujo, ni joyas que nos adornen o nos den posición social. Es el momento en que somos más vulnerables, pero también más poderosas.

Defiendo el desnudo porque es bello, sublime, fundamental para entendernos y, sobre todo, natural. Si todos asumiéramos la desnudez como lo que es y dejáramos de envolverla en un aura de pecado y misterio, nos ahorraríamos muchos problemas y desviaciones. Quizás bajarían los índices de violación y respetaríamos más los diferentes modos de vida y pensamiento.

Escribiendo este artículo le pregunté a mi madre cómo, viniendo ella de una generación y un hogar tan profundamente religiosos y conservadores, había logrado romper duros esquemas para criarnos de la manera en que lo hizo, sin reparo ni pudor alguno con la desnudez. Sin dudarlo me dio la respuesta más simple y esclarecedora que me hubiera podido brindar: “Gracias al entendimiento de que la naturaleza es perfecta”

Te invito a que te liberes de todas tus ropas y prejuicios, y te pongas así frente al espejo. Mírate, recorre cada parte de tu cuerpo, pálpalo, descúbrelo, admíralo y aprende a amarlo.

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