Algunas parejas apuestan de mutuo acuerdo por la relación abierta o poliamor, que es acostarse con terceras personas. Una lectora nos cuenta su experiencia. Conocía desde siempre a Víctor, porque es de mi pueblo y hemos tenido amigos comunes toda la vida. En 2015, sin embargo, dimos un paso más y empezamos a salir. Por aquel entonces, los dos estudiábamos Periodismo en la universidad. Ambos somos abiertos de mente, y con esto me refiero a que tenemos una gran capacidad para entender diferentes puntos de vista; nos gusta informarnos sobre temas de actualidad y debatirlos y, como pareja, nos hemos contado todo tipo de cosas (hasta el hecho de perseguir con la mirada a la persona que te atrae cuando te la cruzas por la calle). Cuando llevábamos un año juntos, mientras dábamos un paseo por la calle, surgió el tema de la gente que es capaz de llevar una relación abierta. Y de repente (llámanos lanzados si quieres) se nos ocurrió probar: ¿y si nos acostábamos con otras personas? Nos queríamos, nos respetábamos, teníamos confianza el uno con el otro... Contábamos con todos los ingredientes para que la cosa funcionase. Para empezar, acordamos unas normas: un encuentro sexual fuera de la pareja no debería considerarse una infidelidad. Y si lo hacíamos lo confesaríamos después...
Reacciones y críticas
Los primeros meses pensé mucho en cómo se lo tomaría mi círculo más cercano, sobre todo, mis amigas. Su opinión era fundamental para mí, pero contárselo a ellas (no tenía por qué ocultarlo) resultó muy duro. Básicamente, no lo entendieron. Intenté explicarles que era una decisión a la que habíamos llegado los dos en común, y que significaba que, si alguna vez surgía la oportunidad de relacionarnos con alguien, no nos íbamos a llevar las manos a la cabeza. Que no consistía en estar todo el rato metidos en camas ajenas (¡uf, qué agotamiento!). Me llamó poderosamente la atención que lo que más me preguntaban era quién lo había propuesto (¿acaso importaba?), como si uno quisiera ponerle los cuernos al otro y estuviese buscando una excusa. Sin embargo, los amigos de Víctor no nos cuestionaron, no sé si por simpleza mental o porque para ellos aquella experiencia era pura fantasía. Con el tiempo me he dado cuenta de que ni siquiera yo concebía una relación así: no la tenemos integrada en nuestra cultura y, a priori, genera rechazo.
Llevarlo a la práctica
Yo abrí la veda. Se lo conté a Víctor después, aunque, eso sí, sin darle demasiados detalles. “Salí con un chico el sábado -le dije-, pero no nos acostamos”. Todo fue como la seda, tal y como habíamos pactado. Meses después, él hizo lo mismo y también me lo confesó. Esto nos hizo debatir sobre esta forma de vivir el amor, planteándonos que incluso podía ser beneficiosa a largo plazo. Los humanos solemos sentir atracción por otras personas a lo largo de nuestra vida (y quien diga lo contrario, miente). Si Víctor y yo estábamos bien emocional e intelectualmente, darnos de vez en cuando una alegría con alguien que nos gustase nos haría sentirnos todavía más felices y unidos que nunca.
Momento de bajón
Reconozco que alguna vez no fue fácil y, aun así, sirvió para reforzar nuestros lazos. Hubo una ocasión en que todo fue distinto: atravesaba una mala racha en el trabajo cuando él me contó que había tenido una noche loca con una chica. Les juro que si el asesinato no estuviese penado con la cárcel, lo habría matado: yo había pasado muy mal el fin de semana, estresada y agobiada, mientras él... Me sentí fatal, pero al final entendí que no era porque hubiese tenido un encuentro con otra, sino porque no había estado a mi lado en el momento en el que más lo necesitaba. Discutimos como posesos, pero acabamos arreglándolo. Lo bueno es que aprendimos que, a partir de entonces, lo más importante sería apoyarnos en todo momento e ir de la mano como equipo y, sobre todo, aceptar que tener sexo con otras personas iba a ser un elemento más de la relación, y no lo que la definiese. Fuera etiquetas siempre.
Incomprendidos
De nuestros cuatro años juntos, Víctor y yo llevamos tres practicando el poliamor. En los dos últimos, me he fijado en la reacción de la gente a la que se lo contamos y me he dado cuenta de que, por lo general, no nos comprenden. La verdad es que me da igual, pero me gustaría que se normalizase, que se pudiera hablar con naturalidad de ello y que no nos mirasen como si fuésemos dos bichos raros, o lo que es peor, dos depravados. Apostar por un modelo de pareja liberal, cuando ambos integrantes están de acuerdo, es algo que únicamente les incumbe a ellos. Pero, en general, todo el mundo tiende a juzgar a los demás. En lo personal creo que deberíamos abrir nuestra mente en este sentido, porque noto que algo falla cuando, en 2019, me siguen preguntando: “¿Y cómo llevas eso de la relación abierta? ¿Están seguros de que es sano? ¿Siguen en ese plan o ya han dado marcha atrás?”. Con esto no estoy diciendo que todo el mundo deba imitarnos. Para nada. Eso sería una contradicción total, porque en el amor no se puede hablar de un solo patrón, ¡que cada uno haga lo que le dé la gana siguiendo su deseo! Lo que creo es que hay que dejar de lado los prejuicios. ¡Yo soy feliz de esta manera!”.
CLAVES PARA QUE FUNCIONE
“A nuestra sociedad le resulta difícil entender que una relación abierta sea una opción viable –dice la psicóloga Mireia Fernández–, pero lo es. Solo hay que establecer unas bases”. Ella nos da tres pautas que no debemos olvidar: Querer hacerlo “Debes tener claras las razones que te han llevado a esa decisión y saber por qué deseas ese tipo de pareja”. Establecer cláusulas “Es básico pactar reglas y límites de antemano”. Dejar de lado a los demás “No permitas que las opiniones ajenas influyan en tu estilo de vida. Si no, te amargarán”. Este artículo fue originalmente publicado en nuestra edición impresa: