La frase “No quedó en mí” es algo que no siempre está bien y termina muy mal. Acompáñame a leer estas historias de una mujer codependiente.
Soy de esas personas que, a lo largo de mi vida ha dado/sacrificado sin límite -en todos los sentidos- sobre todo a novios, pseudo-novios (término que uso cuando nunca quedó claro si estuve en una relación oficial) y por supuesto prospectos potenciales que califican como “el hombre de mis sueños”. Sí, soy una mujer codependiente.
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Si aún no lo sabes, querida chica Cosmo, ese rasgo de comportamiento está presente en la codependencia. No te daré una cátedra al respecto. Lo aprendí después de varios años de terapia y lo confirmé cuando leí ‘I’m fine… and other lies’ de Whitney Cummings, libro que recomiendo. A pesar de haber asumido que soy codependiente (debido a varios sucesos o razones, entre ellos los famosos daddy issues), todavía no he conseguido cambiar los malos hábitos. Ignorar red flags es uno de ellos.
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Cuando eres codependiente, ¡no hay nada mejor que justificar cada acción o falta de interacción! Borrar por completo el estigma de “No soy suficiente” (que con el paso de los años se intensificó por partidas/abandonos) no es tarea fácil, pues de ahí parte el “Por favor, no me dejes” o “Dame una oportunidad” (porque muy en el fondo sé que valgo la pena. Vaya, no sé cocinar, pero juro que tengo mucho que ofrecer). Por supuesto que hay hombres que desean estar conmigo, que me valoran, pero por mi parte la atracción no es tan fuerte o es nula. The heart wants what it wants. Quiero que me quiera alguien que yo quiero. Lo jodido es que con base en mi patrón de comportamiento por ser codependiente y tipo de hombre, conectar con narcisistas, sádicos, ya involucrados con alguien más o no disponibles emocionalmente me ha drenado al grado de tener la urgencia de compartir la máxima estupidez que cometí tres veces en los últimos tres años. Sí, algo así como una cuota anual de la que pienso cancelar mi suscripción.
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Esas estupideces cobraron vida por algunas frases que encontré en redes sociales: “Toma el control de tu destino, arriésgate, apuesta por lo que quieres”. Yo les agregaría una nota al margen: “Piensa dos veces bien lo que vas a hacer si eres codependiente”. Me hubiera gustado también ver más veces la película He’s not that into you. Jorge Lozano, si estás leyendo esto, perdóname, te he fallado. De regreso a la estupidez, como en todo, hay niveles. El más alto que he alcanzado es el de viajar hacia “el amor”. En mi defensa, todavía no llego a donar un riñón y pensar: “Ahora sí que este c*brón no se larga aunque sea por compromiso o culpa”.
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Nunca viajo ligera; mis maletas llenas de outfits de alto impacto (vestidos, stilettos, lingerie) y skincare para lucir espectacular, mi corazón a reventar de sueños y expectativas, mi cerebro repleto de ideas para crear momentos inolvidables. Típica estrategia de codependiente.Me queda claro -sin importarme- que el exceso de equipaje no lleva a nada bueno. Después de haber ido a ver a tres hombres con los que creí que podría tener un futuro, confirmé que lo único que nunca empaqué fue la dignidad. En una ocasión, tomando una copa de vino (más de dos, la verdad) en un bar del aeropuerto conocí a una mujer que, tras oír la razón de mi viaje, me preguntó “¿Y por qué él no viene hacia ti?”. *Inserta emoji de corazón roto*. La obvia respuesta dolió: “A ninguno de ellos le importa que nos conozcamos tanto como a mí”.
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Sufro de complejo de montaña. “Si Mahoma no va a la montaña, pues…” obvio yo montaña va a Mahoma; en este caso a Monsieur T, Mr. X y Mr. L. El patrón fue el mismo. Luego de eterno texting, largas videollamadas, de meses de estar en contacto, es lógico querer dar el siguiente paso, ¿no? Por razones de espacio y respeto del tiempo de quien lea mi columna, no entraré en tantos detalles de cada fracaso, así que me remitiré a lo que importa (o todavía recuerdo).
París, 2019
Cenamos en un restaurante de mala muerte mientras veíamos a un ratatouille que se paseaba entre las mesas y cuadros que mostraban obscenidades. El lugar muy lejos de cómo había imaginado nuestra first date. Nada de eso me importó en absoluto porque estaba con Monsieur T. ¡El mismo que desde hace cinco años había conocido en Chatroulette! CINCO. AÑOS
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Nunca comprendí porqué seguíamos en comunicación y por qué nunca propuso venir a México. Cansada de la situación, como toda una codependiente, junté mis pesitos para llevar a cabo el encuentro. Ingenuamente esperé pasar dos o tres días con él, pero no fue posible por su trabajo, así que tuve que conformarme con una noche. Vino, risas, coqueteos, todo iba bien, pero cuando por fin quise inmortalizar el momento al tomar una foto de ambos, volteó su cara. Ya sé lo que piensas; seguro que está casado o tiene novia, por lo cual es un riesgo aparecer en mi story en IG que solo verán 300 seguidores… la mayoría de México. Luego de aquel desaire, pasamos a la licorería para comprar una botella de rosé (al menos sabía que era mi favorito) y al fin, en el elevador del hotel, me besó. TUVE MI MOMENTO DE ASCENSOR y fue espectacular. ¡Qué más daba ya que no quisiera una foto conmigo! El hombre que me había tenido cautiva durante un lustro me besaba por primera vez subiendo hacia mi habitación.
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Cuando fue por hielo, aproveché para cambiarme. Salí del baño con la tanga de encaje que hace años le había prometido utilizar la primera vez que nos viéramos. Por supuesto que él no la recordaba, pero en minutos me convirtió en su muñeca sexual; todo giraba en torno a su placer, no hubo momento lindo ni de conexión mientras cogíamos. Tanto había deseado estar con él que sabía que debía complacerlo, darle el mejor sexo de su vida. Cuando le propuse estar arriba, no me dejó. No me sorprendió que ni siquiera se bajara a regresar el favor que di tres veces (but who’s counting?). Al día siguiente se despidió con un beso ¡en la frente! Más tarde recibí solo un texto: “Lo siento, no podré verte hoy, tuve que salir de París”.
Los Angeles, 2020
Este fue sin duda el peor. Aunque ambos contábamos las horas para estar juntos, todo cambió cuando llegué. La casa era un claro reflejo del estado en el que se encontraba; un desastre en el que él era el único que sabía dónde estaba lo que se necesitaba.
He lidiado con depresión y ansiedad gran parte de mi vida, por lo que puedo decir cuando alguien atraviesa por lo mismo. La primera vez que usé su baño me di cuenta de que todavía estaban las cosas de su ex en los gabinetes. Entiendo, no la ha dejado ir.
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Yo con issues, él también, el resultado no era prometedor. Entre conversaciones banales durante la mañana y las honestas frente a su patio fire pit durante la noche en estado de ebriedad, nos dimos cuenta de que yo no era lo que él esperaba. Por mi parte en cambio estaba dispuesta a intentarlo, a pesar de las circunstancias. Conforme pasaron los días nos convertimos en roommies, solo esperando el momento de que me fuera.
Denver, 2021
Este viaje sí que me sorprendió. Me hizo creer en el “perfect” timing o meant to be; en estar en el lugar y momento para que las cosas pasen. Originalmente me iba a encontrar con Mr. L en otra ciudad de Colorado, pero coincidimos en Denver por nuestros respectivos planes.
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Después de haber hecho match en Tinder hace seis meses, de algunos periodos de ghosting -por ambas partes-, y de haberme confesado a finales de septiembre que estaba enamorado de otra persona (no me importó, lamento no estar en los estándares morales de mucha gente), pero que era imposible negar nuestra conexión, por fin nos vimos. Ninguno de los dos quiso quedarse con el what if (qué hubiera pasado si), en mi caso al menos quería el tan trillado closure que nos compramos todo el tiempo.
Luego de un par de whiskys y margaritas, al terminar la cena pensé en pedirle una foto juntos, pero no quise revivir lo que sucedió en París, así que opté por tomar una de nuestras sombras. Irónico. Quedan muchas de aquella reciente velada que presenta ocasionales destellos.
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Me subí a una montaña rusa de emociones, protagonicé mi propia rom-com (y porno), emprendí mi batalla por convencer a aquel hombre de que me eligiera. Estúpido apostar por una larga noche, por más increíble que haya sido, para competir contra una historia de años que compartía con alguien más. Estúpida por haberle creído cuando me dijo que teníamos una oportunidad. Estúpida por haber dejado que me besara después de que lo intentara varias veces sin éxito. Congeniar no basta si no buscas lo mismo en términos de relación. Su conflicto de “Dos mujeres, un camino” no solo se basaba en la conexión conmigo sino en su fuerte sex drive. No es que él tenga una vida sexual aburrida. No, no. En algún punto tendrá que negociar con su novia una open relationship, porque por lo que me confesó, no le basta acostarse con una sola persona. Como codependiente yo podría decirle “sí, acepto los términos y condiciones” ¡aunque no fuera lo mío! Agradezco que no me haya escogido para ponerme en esa posición.
Buscar el amor ha sido tóxico para mí, sobre todo cuando te cuesta más de 43 horas de vuelos en total, hartos euros y dólares -que todavía debo-, el dolor de conversaciones pasadas que no llevan a ningún lado, lágrimas intermitentes durante días por lo que pasó y por lo que no prosperó, palabras que quise escuchar, pero que nunca salieron de la boca del otro. Perdí tanto que mientras escribía esta catarsis no me di cuenta de lo ganado: estoy exhausta de esa búsqueda. Jamás había visto al cansancio como algo positivo… hasta ahora.
Nota de la autora: Este texto contó con la colaboración de dos botellas de rosé, un vaper, el último disco de Ed Sherran (on repeat) y llanto. Ojalá que haberlo leído sirva de algo, aunque sea que pienses “qué estúpida” porque eso significa que evitarás a toda costa hacer lo que hice, algo parecido o algo peor por codependiente. Como te habrás dado cuenta, el amor propio y la superación personal no son mi forte, así que no me considero apta para dar un consejo sobre cómo superar la codependencia (¿qué alcohólico le dice a otro cómo dejar de beber?), pero hay muchos profesionales que sí. Búscalos si crees que los necesitas.
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