Ternurita, todavía creía en Santa Claus. La esperanza es lo último que muere y un hombre de 61 años aniquiló la mía.
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Cuando por primera vez sales con un hombre mayor que tú, crees que va a existir ventaja de algún tipo, como la financiera (táchenme de interesada, pero después de haber tenido un par de relaciones con losers tóxicos a quienes tuve que mantener por más de un año, respectivamente, la situación económica sí importa). La triste realidad es que la escasez no respeta años; hay déficit de estabilidad en general, de comunicación, de esfuerzo, de valor y, como ya lo mencioné, de dinero. La mayoría de los chavos de veinte solo quieren disfrutar, acostarse con cuantas mujeres puedan -bueno, todos los hombres sin importar su edad quieren coger al por mayor-; los treintañeros pretenden que buscan algo serio, sin embargo, le temen al compromiso porque creen que van a renunciar a su libertad; los cuarentones sienten que al formalizar pierden la última oportunidad de… sí, seguir teniendo sexo con más de una persona; los cincuentones presentan la famosa crisis de la mediana edad, o sea, el regreso a los 20; y parece mentira, pero si bien los de la tercera edad deberían valorar más a sus prospectos porque ya casi les llega su hora, también deciden romper corazones. Conocí en una dating app a un señor que para sus 61 años está bastante bien: pelón tipo Bruce Willis, se ejercita, es vegano, y, obvio, rico. Después de las dos primeras videollamadas pensé: “Por fin se acabaron todas las ch****deras, este señor ya vivió lo que quiso”. JA. Las siguientes videollamadas giraron en torno a su deseo sexual. “Enséñame tus senos”, “tócate”, “¿tienes juguetitos?” eran algunas cosas que escuchaba y pues ahí tienen a su estúpida haciéndole caso porque es normal que todos estemos cachondos de vez en cuando… hasta que se convirtió en una constante. Recuerdo cuando en un principio me dijo que estaba dispuesto a casarse otra vez si encontraba a la persona ideal, lo cual me pareció admirable tomando en cuenta que los ahora divorciados de entre 30 y 40 ya no quieren meterse en ese lío. En una ocasión salí con un hombre de dos metros (sí, dos metros) que me dijo: “Yo no quiero que me vuelvan a asaltar”. Para ellos, el matrimonio representa invertir su dinero y perderlo con el divorcio. Conozco a tantos divorciados en la misma situación; viviendo en un minidepa porque la ex se quedó con todo. Al ver lo c*broncitos que son, no siento ni tantita pena por ellos. De regreso a Don 61, me queda claro que no quiso darse la oportunidad de descubrir si yo era lo suficientemente especial. No me dolió, sin embargo, reconozco que fue un duro golpe al ego. ¡Cómo se atreve! Una rechaza lo que está a punto de expirar, no al revés. Lo que me cansa es la desilusión per se, ya ni siquiera el hombre en cuestión. Ni modo, otro guapo -por más viejo que esté- decide alejarse de mi vida, mientras que los feos, chaparros y pobres siguen en la fila de descartados. Tenemos que aceptarlo, hay cosas que nunca cambian. No importa qué tan maduro sea un hombre, las patrañas y juegos nunca terminan. ¿Lo que sí cambia? El tiempo que aguantamos esas ch****deras. Nunca sabré si Don 61 me aplicó la fantasmal o en realidad le pasó algo. Vaya, a esa edad pudo subirle la presión, darle un infarto, resbalarse de las escaleras y romperse la cadera, qué sé yo. Esa era una de las principales preocupaciones que cruzó por mi mente cuando consideré seriamente acostarme con él. ¿Qué tal si en pleno acto de repente le daba un paro cardíaco? ¡Y sin habernos casado! Tragedia. Con mi pésima suerte lo sensato era aprender CPR, pero ahora que lo pienso bien, lo más sensato era nunca darle el beneficio de la duda.