Domina a la perfección el arte la seducción

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¿Es mejor revelarte como eres desde el primer momento o mostrarle tus encantos a cuentagotas? Aquí la respuesta: En realidad se trata de ese par de consabidas preguntas que todas nos hemos hecho alguna vez: ¿cómo hago para interesarlo en mí? y ¿qué hago después para mantenerlo interesado? El problema es que ambas son difíciles de contestar. Y ni siquiera existe el recurso de averiguar con otros hombres, porque la gran mayoría te responderá que lo que buscan es una chica que, desde el primer momento, se revele como es. “Una mujer descomplicada y sin secretos, eso quiero”, tal como solía afirmar Gustavo, un trigueñote de ojos verdes, más conocido entre sus amigos como “El Incapturable”, porque cada semana plantaba a una chica distinta. Sin embargo, paradójicamente, “El Incapturable” terminó casándose con Rita, esa especie de esfinge que se limita a mirarte y sonreír, y a sonreír y mirarte, y que nunca puedes saber lo que está pensando. Lo más increíble de todo es que, cuando volví a hacerle la pregunta a Gustavo, a estas alturas un feliz padre de dos niños, tuvo el valor de contestarme con la misma cantaleta del “como es”. Me contuve para no matarlo, y entonces le pregunté con mi voz más dulce: “¿Y Rita?” Tendrían que haber visto la expresión de aquellos ojos verdes cuando se encogió de hombros para confesar que: “Rita es un caso aparte”. Se me escapó un suspiro de exasperación: “Por eso fue que te enamoraste de ella, ¿no?”. “Creo que sí”, admitió él.

Criaturas hechiceras

Nuestras venerables tatarabuelas sabían lo que hacían cuando se envolvían en trapos de los pies a la cabeza: bastaba con que mostraran el tobillo, y ya podían estar seguras de que tendrían a unos cuantos pretendientes al borde del infarto. Y qué me dicen de esas estrellas de Hollywood (me estoy acordando, por ejemplo, de la fabulosa Greta Garbo) que sabían perfectamente que el misterio es uno de los mejores anzuelos para pescar seguidores y hasta fanáticos, capaces de seguir su trayectoria en las revistas año tras año, esperar bajo una tormenta con tal de cazar un autógrafo y coleccionar servilletas usadas de su estrella favorita... Puede que poner todas nuestras cartas sobre la mesa desde el primer momento parezca lo más sensato para propiciar una relación con ese chico que te tiene suspirando. “Así él se dará cuenta de que no tiene nada que temer, que soy lo que digo que soy”, afirma Clarita, una conocida mía, que sigue soltera a los treinta y siete años. ¡Grave error! Para volver loco a un hombre no hay mejor recurso que enseñarle una mínima parte de lo que encierra nuestra cabeza (y nuestro cuerpo), y así provocar que su fantasía se desboque. Si no me creen, piensen en la Monna Lisa: esa enigmática sonrisa que Leonardo da Vinci inmortalizó hace ya varios siglos, sigue atrayendo manadas de admiradores al Louvre y provocando toneladas de artículos de críticos de arte, que no consiguen entender qué se oculta detrás de ella.

Echarle maíz al pollo

Julia María, la formidable abuela de una de mis mejores amigas de colegio, recomendaba a sus por entonces jóvenes e inexpertas nietas la forma de mantener interesados a sus esposos, luego de darles el sí frente al altar. “Si dejas que después de esa primera noche él lo sepa todo de ti, perderás ante sus ojos una buena parte de tu atractivo”, afirmaba en tono grave la anciana (que a lo largo de ochenta y tantas primaveras había enviudado tres veces y conseguido hechizar a un cuarto espécimen). A esa técnica ella la llamaba “el arte de echarle maíz al pollo”, y decía que cuando una desea mantener junto a sus faldas a un pollito escurridizo, no lanza desatinadamente todo el maíz desde el primer momento. ¡Nada de eso! Hay que echárselo poquito a poco. Un grano ahora y después otro y otro... hasta estar segura de que, mientras quede maíz para darle, el animalito va a mantenerse pendiente de ti. Creo que es la descripción más pintoresca que he escuchado jamás del arte de la seducción. Y aunque venga de una abuela y haya llovido mucho desde entonces, hay cosas que nunca cambian, y todavía hoy, ellos siguen siendo como pollos hambrientos y, afortunadamente, nosotras seguimos siendo las dueñas de la mazorca.

La novia de King Kong

Claro, que también hay que reconocer que existen hombres con los que resulta difícil ir despacio, porque llegan a nuestra vida con un impulso que recuerda a King Kong aplastando rascacielos. Bueno, querida, en ese caso, no te quedará más remedio que moverte más rápidamente que él (sin perder el refinamiento, que es el toque maestro de toda seductora). Ahora bien, recuerda siempre que, aunque decidas ir rápido, eso no significa que debas saltarte ningún plato del menú. Si lo dejas comerse “el plato fuerte” al principio de la cena, te quedarás sin probar los aperitivos y la sopa. Requerirá un esfuerzo extra, pero si consigues domesticar al orangután gigante y lograr que tenga un poco de paciencia, cuando al fin él llegue a donde quiere llegar (y tú también, por supuesto), las sábanas van a echar fuego. Mi prima Sandra (una seductora de primer orden que acaba de comprometerse con su propio King Kong) dice que una hazaña de esa envergadura requiere mantener la cabeza lo suficientemente fría (ojo: sólo dije la cabeza) como para poder mantener el control. “Al principio, no lo dejé siquiera entrar a mi apartamento”, me contó. “El pobre, tenía que contentarse con unos cuantos besos en el auto a la hora de despedirnos. Eso sí, bien apasionados y prometedores. Después de varias salidas, lo invité a casa, le cociné su comida favorita y lo entretuve con una película de acción”. Y trató, además, que la acción no fuera más allá del sofá de la sala. Dos fines de semana más tarde, al fin se decidió a hacer el amor con él. “Te imaginarás cómo estaba ese King Kong: ¡hecho una verdadera fiera!”, me dijo Sandra. Gracias a esa estrategia de consumir el menú plato por plato, lo que tal vez hubiera pasado antes sin penas ni glorias, la primera noche de sexo se convirtió tanto para él como para ella en un acontecimiento memorable, la culminación de un proceso durante el que él tuvo tiempo de apreciar las virtudes, los encantos y las habilidades de Sandra, lo que le dio a la relación una profundidad que de otro modo no hubiera tenido.

Intriga y misterio

Resumiendo: nadie se termina de leer una novela si no le intriga lo que va a pasar al final. Si el autor revela en la primera página que el asesino es el mayordomo, ahí mismo se acabó la lectura. Y como lo que tú pretendes es que él lea miles de veces el mismo libro, hay que ser lo suficientemente hábil como para mantener encendida la chispa de un enigma, que lo mantenga curioso, intrigado y sorprendido, no importa cuántas páginas complete. Y recuerda, la novela de la seducción no incluye nunca la palabra Fin.